¡Operación huevo! Parte los huevos con cuidado y separa las claras y las yemas en dos recipientes distintos. 

Pon las claras en un bowl alto y estrecho y las yemas en un bowl ancho para mezclar cómodamente todo el poder del mascarpone. 

Montamos las claras dándole caña a la batidora de varillas y añadiendo poco a poco el azúcar hasta consegiuir el famoso punto de nieve.

¡Llega el momento de las yemas! Mézclalas con el mascarpone, con cariño, son muy sensibles, y haciendo la mezcla poco a poco, no metas los 500g de una, o terminarás con brazos de culturista mezclando. 

Coge tu mezcla de yemas y mascarpone y añade la nata montada. Mezcla despacito, con amor, hasta que quede uniforme y métela en la nevera para que se mantenga fresquita. 

¡Ahora le damos un poquito de energía a esto! Prepara un café en un plato hondo (puede ser descafeinado, no juzgamos). Añade un chupito de licor (amaretto si eres purista, coñac si eres rebelde). Prueba y ajusta con azúcar si es necesario. 

¡Y ahora construimos esta delicia! Coge tus bizcochos de soletilla y mójalos en el café+licor. ¡Ojo! Un chapuzón rápido, casi como si el bizcocho fuera un ninja: si lo dejas mucho, parecerá una sopa.

Coloca una capa de bizcochos en tu bandeja, cúbrelos con una generosa cantidad de crema de mascarpone y repítelo capa tras capa, normalmente con dos capas estás bien, pero si te sobra… ¡improvisa! (O cómete la crema con fresas, no juzgamos). 

¡Reposo obligatorio! Ten paciencia antes de probarlos y deja el tiramisú montado en la nevera por lo menos 12 horas. Si tienes prisa, mínimo 2 horas.

Justo antes de servir, coge un colador pequeño y espolvorea cacao en polvo por encima. Sé generoso, ¡pero no te pases!

Y voilá: ¡Un tiramisú borracho está listo!