Carolina Herrera convierte Madrid en su pasarela
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Madrid como escenario
La Plaza Mayor se transformó en una pasarela de más de 400 metros, recubierta con una alfombra en un tono rosa empolvado. El entorno histórico se convirtió en parte del espectáculo: los balcones, las luces del atardecer y la arquitectura barroca de la plaza hicieron de fondo natural para los 77 looks presentados por Wes Gordon, director creativo de la casa.
La colección fue una carta de amor a Madrid: capas castellanas, abanicos, guiños al Siglo de Oro y a la Movida ochentera, reinterpretados con el refinamiento que caracteriza a Herrera. Pero más allá de la estética, lo que realmente marcó la diferencia fue la manera en que el desfile se convirtió en una experiencia urbana, pensada para ser vivida, compartida y recordada.
Un desfile que se vivió en toda la ciudad
Mientras la Plaza Mayor reunía a 800 invitados —entre ellos Pedro Almodóvar, Lucy Hale, Becky G y Olivia Palermo—, a pocas calles de allí la marca desplegó una activación paralela que amplificó su alcance: un pop-up inmersivo en Callao dedicado al lanzamiento de su nuevo perfume, La Bomba.
Desde este espacio se proyectó el desfile en directo en pantallas gigantes, permitiendo que cualquier persona pudiera verlo desde la calle. La acción no solo democratizó la experiencia, sino que funcionó como un ejercicio impecable de marketing experiencial y engagement urbano: llevar la exclusividad del lujo al espacio público sin diluir su esencia.
El resultado fue lo que toda marca busca hoy: conversación orgánica, contenido visual espontáneo y una ciudad entera actuando como escenario de su storytelling.
Del desfile al “Hotel La Bomba”
Tras la pasarela, los invitados se trasladaron al Real Casino de Madrid, rebautizado como “Hotel La Bomba”. Allí, la marca presentó oficialmente la fragancia con una ambientación inspirada en la energía nocturna madrileña. Cócteles tematizados, música en directo y los sets de Naguiyami y John Talabot convirtieron el espacio en un universo paralelo al desfile, donde cada detalle —del aroma a la luz— formaba parte de la misma narrativa sensorial.

Una estrategia redonda
Puede que el desfile de Carolina Herrera en Madrid fuera una carta de amor, pero también fue una jugada de inteligencia. En tiempos en que los desfiles se confunden entre sí, la marca decidió hacer ruido —del elegante, del que se comparte—.
¿Fue moda? Sí. ¿Fue marketing? También. Pero, sobre todo, fue una prueba de que los eventos son el nuevo terreno de juego del branding: si no se vive, no existe. Al igual que en las marcas: si no comunicas, no existes.









