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Comunicación: el ingrediente invisible que da sentido a los eventos

Comunicación: el ingrediente invisible que da sentido a los eventos

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En el mundo de los eventos se habla mucho de creatividad, de producción, de tecnología… y está bien, porque todo eso importa. Pero hay algo que a menudo se da por hecho, como si apareciera solo: la comunicación.Y, curiosamente, es justo lo que lo cambia todo. La comunicación no es una capa que se añade al final para envolver la experiencia con un bonito lazo. Es lo que da sentido a cada decisión, lo que conecta los porqués con los “cómos”. La comunicación es el hilo conductor que une cada detalle, el lenguaje que da sentido a lo que ocurre en el escenario y el que convierte una simple reunión en una experiencia con propósito

La comunicación estratégica: el principio de todo

Sin comunicación, un evento puede ser brillante, pero también vacío. De esos que lucen mucho y emocionan más bien poco.Un evento no empieza cuando se monta el escenario, ni cuando se abre la puerta del recinto. Empieza en el momento en que alguien se pregunta: “¿Qué queremos decir con esto?”. Esa pregunta lo es TODO.

Cada evento —corporativo, institucional o de marca— es, en esencia, un acto de comunicación en vivo. Su misión no es solo reunir personas, sino transmitir un mensaje, provocar emociones y dejar huella.

La comunicación estratégica es la que pone rumbo. Si no está en el briefing, lo que viene después son solo piezas sueltas: luces, pantallas, discursos… pero sin hilo conductor.
Cuando la comunicación se piensa desde el principio, la historia se cuenta mejor, el mensaje se entiende y el público lo siente como propio. Y eso, se nota.

Cada elemento, el propio espacio, el tono del presentador, la escenografía, la música, incluso el ritmo de los tiempos habla de lo mismo: del mensaje. No hay detalle inocente. Todo comunica, incluso lo que no se planifica.

Antes del evento: la promesa empieza aquí

Un evento empieza antes del evento. Y no es una frase hecha. Antes de que alguien cruce la puerta, ya está viviendo la experiencia. Lo hace cuando recibe la invitación, cuando ve el teaser o cuando alguien le dice: “oye, esto pinta bien”.

Ahí se construye la promesa y la coherencia. Si hablas de innovación, que la experiencia empiece por cómo la comunicas. Si el foco está en la sostenibilidad, que tu soporte de invitación no contradiga el mensaje. Si el evento se centra en las personas, que la comunicación no se esconda detrás de la marca. Si tu objetivo es inspirar, asegúrate de emocionar antes de empezar.

Porque lo que prometes comunica tanto como lo que haces. Y si no hay alineación entre ambos, el relato se rompe antes de empezar. En esta fase no se trata solo de atraer, sino de preparar el terreno emocional: de hacer que la gente quiera estar, que entienda por qué ese evento merece su tiempo.

Durante el evento: cuando la historia se vive

Y llega el momento. Las luces, los vídeos, la música, los ponentes. Todo ocurre en directo. Y, en medio de esa orquesta de estímulos, la comunicación es el director invisible.

El evento es un storytelling en vivo, una experiencia multisensorial donde los asistentes interpretan y participan en la historia que se les propone. Ya no basta con emitir un mensaje: hay que crear conversación.

No basta con que las cosas salgan bien; deben tener sentido. Un evento sin narrativa es como una película con buena fotografía, pero sin guion: se ve bien, pero no te deja nada.

Cada gesto, cada pausa, cada silencio forma parte de la historia. La tecnología puede amplificar el mensaje, pero si no hay historia detrás, solo hay efectos especiales. Y la creatividad, por sí sola, emociona un rato, pero la comunicación hace que esa emoción se quede.

El reto no es que el público aplauda. Es que entienda por qué está aplaudiendo.

Un buen ejemplo de comunicación estratégica fue el caso de CeraVe, ganador de un oro en la categoría «Mejor uso estratégico de los eventos» de los Premios eventoplus

Después del evento: la conversación no termina aquí

Cuando se apagan las luces y se desmonta el escenario, empieza otro tipo de comunicación: la que hace que el evento siga vivo. Los vídeos, las fotos, los testimonios, los contenidos que circulan después son parte del mismo relato. Todos ellos sirven para prolongar la experiencia y reforzar los mensajes clave.

Ahí se mide de verdad si el mensaje caló, si se generó conversación, si la experiencia se compartió más allá del propio evento. Un buen evento no termina cuando se va el último asistente. Sigue respirando mientras haya alguien que lo recuerde o lo mencione. Y eso solo pasa cuando la comunicación ha hecho su trabajo: darle alma a lo tangible.

La diferencia entre hacerlo bien y hacerlo muy bien

La comunicación es el alma invisible de un evento. No se ve en el render ni los planos, pero se percibe en cada decisión. Podemos tener el mejor montaje del mundo, pero si no hay una historia clara detrás, el evento será solo eso: un montaje.

Cuando la comunicación guía el proceso, todo encaja y el público lo siente. No hace falta explicarlo: lo entienden, lo viven, lo recuerdan. Porque los grandes eventos no solo reúnen personas. Reúnen ideas, emociones y relatos que se quedan. Y eso, aunque no siempre se vea, es comunicación en estado puro.

Firmado por: Mónica Díaz Hernández, PR & Comms Manager de SOMOS Experiences

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