Mi primera gala de los Premios Ondas: cuando te das cuenta de que este mundo también es para ti

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La radio: ese lugar al que siempre volvemos
Ayer, en plena gala, me di cuenta de algo que quizá suene raro viniendo de una Gen Z: aunque nos etiqueten como nativos digitales, la radio también forma parte de nuestra infancia. Que nadie se ofenda, pero la era tecnológica —al menos la que vivimos como algo omnipresente— no llegó tan pronto como parece. Yo también crecí con voces, no solo con pantallas.
Recuerdo perfectamente los trayectos camino al colegio, cuando la radio iba encendida más para acompañar que para informar. O a mi abuela, muy futbolera ella, escuchando los partidos del Barça con una pasión que hacía temblar el salón. La radio tenía (y tiene) esa magia silenciosa: convierte cualquier rincón en un lugar habitado. Y anoche, en los Ondas, sentí que entraba por primera vez en la casa de todas esas voces que han acompañado tantas etapas de mi vida. Más que celebrar un medio, celebrábamos ese gesto profundamente humano de estar —de verdad— con el otro.
El caballo alado
Una de las primeras cosas que me atrapó de los Ondas fue el propio galardón. Antes de que nadie suba al escenario, antes incluso de escuchar el primer aplauso, el premio ya está contando una historia: un caballo alado. No es un trofeo cualquiera. Es símbolo, metáfora y declaración de intenciones.
Representa libertad, imaginación, ese impulso de echar a volar incluso cuando todo pesa. Y me parece precioso que un reconocimiento a la comunicación escoja precisamente esa figura: un animal que no existe, pero que todos podemos ver si alguien nos lo cuenta bien. Ahí entendí que los Ondas no solo premian oficio; premian la capacidad de elevarnos, de hacernos viajar a lugares que no están en ningún mapa.
Cuando la radio volvió a ser refugio en pleno apagón
Uno de los momentos más destacados de la gala fue el premio a Mejor Programación Especial, otorgado a los “Programas especiales por el apagón del 28 de abril”. Al recoger el galardón, los equipos recordaron aquel día caótico en el que medio país se quedó sin sistemas y sin información. No fue una sensación: fue una realidad que nos dejó, durante horas, sin la tecnología que damos por garantizada.
Mientras los servicios digitales fallaban y las pantallas dejaban de dar respuestas, quedó algo muy claro: dependemos más de lo que creemos de la tecnología. Y en ese silencio tecnológico, la radio volvió a hacer lo que mejor sabe: estar ahí. Acompañar. Explicar. Servir de puente entre el desconcierto y la calma.
Los premiados compartieron cómo tuvieron que reaccionar sin guion ni certezas, improvisando programación para no dejar sola a una audiencia desorientada. Para muchos, ese día fue un recordatorio de por qué este medio sigue siendo esencial: cuando todo se cae, la radio permanece.
Discursos que te reconcilian con los discursos
Llegué a la gala con una premisa equivocada: que los discursos serían el momento más denso de la noche. Pero pasó justo lo contrario. Cada intervención fue concisa, honesta y con mensaje. Uno de los que más destacaron fue el de Isaías Lafuente, premiado por su Trayectoria Radiofónica. Su frase atravesó el Liceu:
“La radio, el periodismo y la democracia necesitan a los becarios y a los jóvenes que llegan a la profesión.”
Para quienes estamos empezando, escuchar eso desde ese escenario pesa —pero en el mejor sentido—. Te recuerda que, aunque estemos en el inicio, también formamos parte del futuro de este oficio.
También brilló el equipo de la miniserie Pubertad, que aprovechó su momento para hablar de lo realmente importante: la necesidad de psicólogos, la salud mental y la urgencia de recuperar el tiempo en familia. Y ya que este artículo va de mi experiencia, me tomo la libertad de recomendarla especialmente a los lectores que son padres: verla, y si puede ser juntos en familia, mejor. Y luego llegó uno de los discursos más ingeniosos de la noche, de la mano de la agencia Pingüino Torreblanca, ganadora del premio a Mejor Campaña de Radio por “La radio lo hace todo inolvidable” para la AERC. Iñaki Gabilondo explicó que el día antes de conocer los galardonados, su madre sufrió una caída y se rompió el radio (ella ya está bien). Él confesó que lo vivió casi como una señal. Y contó una curiosidad: en la última visita al médico, el doctor les dijo una frase memorable —y perfecta para la ocasión—:
“El cuerpo humano tiene 206 huesos. Se puede vivir sin alguno… pero sin radio, no.”
Fue un recordatorio precioso de que la creatividad no entiende de compartimentos estancos. En eventoplus somos muy de mirar otros sectores para inspirarnos, y este momento lo confirmó: los paralelismos entre disciplinas están ahí, latiendo, y a veces aparecen en los lugares más inesperados.
La otra gala: la que pasa en la cola, en el pasillo e incluso en el catering
Más allá del escenario, los focos y los aplausos, hubo una parte de la gala que para mí fue igual de importante: la experiencia de ir sola. Era mi primer evento sin nadie de referencia al lado, y no voy a mentir: los nervios venían conmigo.
Pero lo bonito de este sector es que, casi sin darte cuenta, siempre aparece alguien que te hace sentir acompañada. En mi caso fue Valeria, periodista de MKT Directo, a la que conocí en la cola. Una conversación espontánea, un “¿tú también vienes sola?”, un par de risas… y de repente el Liceu ya no imponía tanto.

Lo que aprendí en mis primeros Premios Ondas
Al salir del Liceu, tuve claro que aquella noche me había enseñado varias cosas que van mucho más allá de una entrega de premios. La primera: la comunicación importa más de lo que pensamos. No solo para informar, sino para acompañar, calmar, explicar, ordenar el caos o dar contexto cuando nadie más puede hacerlo. Lo vi con los discursos, con los premiados y con las historias que se contaron.
También aprendí que este sector —con todas sus particularidades— es un lugar al que quiero pertenecer. Es un entorno vivo, curioso, lleno de gente que observa, escucha y busca maneras nuevas de contar lo que pasa. Y aunque entrar da un poco de vértigo, también tiene algo precioso: siempre encuentras a alguien dispuesto a tenderte una mano o a compartir una conversación.
Y, por último, descubrí algo sobre mí: que me gusta mirar estos momentos desde dentro, entenderlos, analizarlos, vivirlos. Que tengo mucho que aprender —muchísimo—, pero que tengo ganas. De escribir, de preguntar, de equivocarme, de volver a eventos sola y no sentirme sola del todo. De seguir encontrando en la comunicación no solo un trabajo, sino una forma de entender a los demás.
Y cierro con algo poco habitual: en eventoplus no solemos escribir desde lo personal —somos un medio y nos debemos a la información—, pero a veces también hace falta contar la realidad desde dentro, desde quien la vive. Así que gracias a esta casa por permitirme tener este pequeño espacio para hacerlo.






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