Gaza, Bonhoeffer, y el trabajo del organizador de eventos

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Pero, asegurando este respeto, tiene que ser una prioridad para cualquier ser humano sensible ayudar a parar este baño de sangre, esta tragedia tan grande que mezcla, para muchos observadores internacionales y expertos, términos dramáticos y a veces nuevos (genocida, ecocida, urbicida…).
Y aquí llega el principio de Bonhoeffer y su teoría de la estupidez, término que acuñó durante la segunda guerra mundial. El nombre de esta teoría no está muy bien elegido pero su esencia es demoledora, y podría ser la cuestión filosófica más aguda en estos momentos de guerras, dramas, injusticias. La teoría, simplificando, denuncia la estupidez (digamos cobardía cómoda) de los alemanes que miraron del otro lado y a veces colaboraron, con un régimen que cometía las barbaridades que sabemos. Ante este tipo de drama, la estupidez que denuncia Bonhoeffer es la del buen ciudadano que se justifica, pensando que no quiere ir en contra de la corriente, que lo que se hace se hace en nombre de instrucciones del gobierno, que todo el mundo lo acepta, que no quiere hacer nada que pueda dañar la comodidad de su familia y lógicamente y humanamente, decide no ir en contra, no hacer ruido, solo ir con la corriente. Una aceptación de la norma y del comportamiento de otros, para no tener problemas. Un comportamiento absolutamente humano… pero que permitió la Shoah.
¿Y si esto fuera un dilema moral para organizadores de eventos? Obviamente, que no se hable de causas dolorosas, que nuestro evento no mencione dramas como Gaza, es lo más cómodo, lo menos arriesgado. Pero… ¿y si nuestra misión fuera también dar visibilidad a las causas más agudas del momento?
Antes de los Premios, alguien me preguntó si teníamos que hacer algo en relación a Gaza. Y he dicho que no, que no era el sitio, que no era nuestra misión. Estaba exactamente aplicando el principio de Bonhoeffer (no estoy orgulloso): que no dejar entrar esta controversia a los Premios, era lo más cómodo, la manera de no tener problemas. Y es indudable que unos cuantos hubieran denunciado un evento que se mete en política, que da lecciones, que sale de su propósito.
Quizás dentro de nuestros muchos dilemas como profesionales, estará este. Quizás no utilizar una plataforma como un evento, para alertar del cambio climático o la masacre de Gaza, es caer en el principio de Bonhoeffer. Y quizás dentro de 20 años diremos a nuestros nietos “pues sí, nos parecía preocupante, todo esto, pero no queríamos que la gente nos viera como moralistas pesados”. Obviamente, entrar en estos temas supondrá incomodar, ser vistos como moralistas, posiblemente perder asistentes o patrocinios. Pero el principio de Bonhoeffer es exactamente este: el hecho de no querer hacer algo moralmente correcto, para no tener ‘problemillas’.
Obviamente, es una pregunta parcialmente teórica, no se trata de poner una banderola de Gaza o una denuncia de abusos de algunas empresas contra el planeta, en cada convención de ventas. No se trata de convertir todo nuestro sector en un festival de causas variadas (algo que quizás acabaría siendo incluso malo para estas causas). Pero quizás preguntarnos si nuestros eventos pueden ayudar a sensibilizar sobre grandes problemas es un imperativo moral, sobre todo porque tenemos el privilegio de manejar una herramienta de sensibilización y de diálogo, muy potente. Y no olvidemos el diálogo: los eventos no tienen que gritar o insultar, sino alertar de problemas y dialogar sobre ellos, con empatía; son una de las pocas oportunidades de intercambio positivo que podemos tener en nuestra sociedad.
No tengo la solución; solo sé que Bonhoeffer nos plantea cada día una pregunta moral demoledora.

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