Se trata de una receta que cambia cada domingo (o cualquier día difícil en los meses de invierno) en base a lo que tengas en la nevera, por lo que nunca harás un estofado que se parezca a otro, que es la gracia al final.

Calienta fuerte la sartén con un poco de aceite y dora la carne como si no hubiera un mañana. Sin harina, sin florituras, ¡a lo bruto! Cuando esté bien doradita, pásala a la olla, ponle sal (ya cocinada, por favor) y pimienta, si te apetece.

En la misma sartén (no la laves, aquí está la sabrosura), añade un poquito más de aceite y lanza la cebolla en juliana gruesa y zanahorias en rodajas de unos 2 mm. Si te sientes valiente, tira un par de cayenas. Dorar, sí. Cocer, jamás. Cuando tengan ese toque dorado perfecto, a la olla con ellas.

Ahora, corta las patatas en cubos grandes (más grandes que los trozos de carne, porque son las estrellas de este show). Dóralas bien y mándalas al caldero. ¿Sal? Sí, siempre un poquito más.

Champiñones enteros, porque sí. Cabezas limpias, enteritas, y doradas con mimo. A la olla directo.

Pica tomates frescos en dados (yo no los pelo, ¡viva la textura!) y añádelos. Aquí es donde ajustas la sal, pones un toque de azúcar (o si te sientes exótico, prueba con dátiles) y rematas con un buen pegote de mostaza. ¿Un chorrito de coñac? Claro. ¿Vino chino? ¿Por qué no? Mézclalo todo con amor.

El momento zen: Tapa la olla y ponla al fuego alto hasta que todo empiece a soltar su jugo. Cuando eso pase, déjalo hervir 5 minutitos, luego baja el fuego al mínimo. Y aquí viene lo mejor: ¡olvídate de todo! Tómate un café, abre tu revista favorita (¿eventos Magazine, quizás?) y deja que la magia ocurra sola.

Después de unas tres horas (o más si quieres que el aroma levante a todos los zombies post-fiesta), el estofado estará increíblemente delicioso. ¿Tienes alcachofas frescas en lugar de champiñones? ¡Nivel experto desbloqueado!

Tip extra: Este plato es como un buen evento: creativo, único, y sorprendente cada vez. ¡Deja volar tu imaginación y a disfrutar!